Despilfarro y recortes

La Voz de Galicia

Aveces asombra comprobar cómo la dialéctica política es capaz de oscurecer la realidad. En estos días, los medios de comunicación -sobre todo los menos afines al Partido Popular- nos están advirtiendo insistentemente de los recortes que va a hacer Mariano Rajoy cuando llegue al Gobierno. Y la gran mayoría de las veces presentan esa acción de gobierno como negativa y -lo que es ciertamente sorprendente- evitable.

Es indiscutible que existe libertad de información y que cada cual puede adoptar la postura que considere más acertada. Pero si se analizan las cosas sin demasiada pasión, lo primero que le viene a uno a la cabeza es que la política de recortes no suele obedecer al capricho, sino que es una de las consecuencias que se derivan de la insuficiencia de los ingresos. En una familia, si se está pagando todo a plazos y el padre se va al paro, no se puede censurar a la madre por recortar los gastos. La medida de la disminución de los gastos es, por tanto, posterior y consecuencia de la carencia de recursos bastantes para cubrirlos.

En una política previsora y equilibrada, lo lógico es planificar los gastos a la vista de los ingresos esperables. Lo acertado y prudente es no hacer previsiones de gastos a largo plazo aventurando que los ingresos van a mantenerse en el mismo nivel durante todo ese tiempo. Por eso, cuando se aumentan incontroladamente los gastos pensando que los ingresos van a seguir idéntico ciclo alcista, no solo se roza la imprevisión, sino que se bordea el abismo del despilfarro. Sobre todo, cuando los gastos que se comprometen duraderamente son los llamados «corrientes»: personal y bienes necesarios para el desarrollo de sus funciones administrativas.

De lo que antecede se desprende que una política puede ser inicialmente equilibrada y convertirse con posterioridad en despilfarradora cuando se comprometen prolongadamente gastos improductivos y los ingresos empiezan a mermar imparablemente. Es entonces cuando surge como una posible solución la política de recortes: si no es conveniente por razones macroeconómicas aumentar los ingresos por la vía de los impuestos, el equilibrio presupuestario solamente se logrará si se reducen los gastos.

Así planteadas las cosas, la cuestión no es mirar maliciosamente al que tiene inevitablemente que hacer recortes, sino volver la vista atrás y mirar con reproche a quienes llevaron a cabo una política de derroche. Es verdad que a estos últimos puede disculpárseles hasta cierto punto porque gobernaron algún tiempo en una situación de gran abundancia de recursos y en ese clima de opulencia recaudatoria no era fácil prever el futuro. Pero lo que es de todo punto injusto es que se exculpe benévolamente a los generadores del gasto insostenible y se censure despiadadamente, en cambio, al que se ve obligado a decirnos que la fiesta se ha acabado.

Como dice Antonio Machado en su Juan de Mairena, los que consideran la ocultación de vicios un deber patriótico podrán merecer el título de buenos patriotas, pero de ningún modo el de buenos españoles.

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