De la emotividad a la racionalidad

La voz de Galicia

Hasta no hace mucho tiempo, la sociedad española solía reaccionar racionalmente ante los distintos problemas que se le planteaban. Enfrentados a una dificultad, los ciudadanos, ante las alternativas que nos ofrecían nuestros políticos, empleábamos principalmente la facultad de discurrir, de argumentar, para adoptar la postura más conveniente para hacer frente al dilema suscitado.

Un ejemplo aclarará lo que quiero decir. Ante las incógnitas que se abrían tras la muerte de Franco, los dirigentes políticos, para transitar de la dictadura a la democracia, propusieron, y la sociedad española aceptó, pasar ordenadamente de un sistema al otro de acuerdo con una legislación prevista al efecto. Simultáneamente, ante la grave situación económica de entonces, se celebraron los Pactos de la Moncloa, que permitieron llevar a cabo las reformas estructurales y los ajustes necesarios para sanear nuestra economía. El éxito de ambas operaciones fue rotundo.

Tal vez porque veníamos de un tiempo que no era aceptable para todos, o porque temíamos la incertidumbre de lo que había de venir, lo cierto es que dejamos de lado la enquistada visceralidad del pasado y nos dejamos guiar por lo que nos aconsejaba la razón.

Desde entonces hasta hoy, las cosas han cambiado sensiblemente. Despejada la incógnita de la transición, y con la inercia de la brillante solución que le dimos a tan difícil problemática, iniciamos una etapa en la que ha ido creciendo paulatinamente la emotividad.

Ante el estupor de los ciudadanos, y en claro beneficio de sus propios intereses de partido, la clase política ha ido excitando y revolviendo nuestros más íntimos sentimientos, hasta el punto de que la racionalidad de aquellos tiempos está empezando a dar paso a un exceso de emotividad. Es lo que hace bien poco se llamaba «crispación». Agitados por los partidos, que contendían profundamente irritados de acuerdo con sus propios intereses, los ciudadanos tuvimos que emplear notables dosis de paciencia y de tranquilidad para no dejarnos contagiar por su interesada exasperación. Pero la resistencia ciudadana parece que no fue suficiente y hoy nos estamos dejando llevar más por la emotividad que por la racionalidad.

Entramos en un período electoral en el que nuevamente se van a excitar intensamente nuestras emociones. No creo que se pueda evitar. Pero los problemas a los que tenemos que hacer frente son tan graves que aconsejan que abandonemos ese estado de ánimo que nos impulsa a reaccionar visceralmente y que volvamos a la pasada racionalidad. Por eso, al día siguiente de conocerse el resultado electoral, nuestros políticos, si quieren estar a la altura de los tiempos, tienen que caminar juntos de nuevo hacia la concordia uniendo sus esfuerzos para sacarnos del atolladero en el que estamos. El pueblo español no los va a defraudar.

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