Consignas
Es un lugar común afirmar que vivimos en la «sociedad de la información». En ninguna otra época de la historia de la humanidad, el ser humano ha generado, transmitido, difundido y recibido tal cantidad de información y con tanta rapidez. Cualquier suceso, ocurrido incluso en la parte más alejada del mundo, puede llegar a ser inmediatamente conocido en el resto del planeta. Por lo cual, no sería ilógico afirmar que el hombre de hoy es el «hombre informado».
Sin embargo, si se piensa en ello con cierto detenimiento, no es tan claro que debamos ser calificados de ese modo. Es verdad que, desde el punto de vista cuantitativo, hay más personas que nunca que tienen acceso a la información. Y puede ser verdad también que el ser más informado de hoy, posee más conocimientos -y mayores posibilidades de acceso a ellos- que la persona que hubiera tenido más información en cualquiera de las épocas precedentes.
Pero las características de la información actual y su modo de transmisión, inducen a dudar de que ya estemos ante el «hombre informado». En efecto, para que los destinatarios tengan interés en recibirla, la información ha de ser sometida con anterioridad a un intenso proceso de resumen. Y no hablo sólo de condensación «conceptual», sino incluso de reducción gráfica, mediante el conocido procedimiento de suprimir en ciertas palabras letras, aparentemente innecesarias, sustituyéndolas por signos que evocan la misma significación conceptual. Lo cual se debe no tanto a una supuesta vagancia intelectual de las generaciones actuales, cuanto a los propios costes de los sistemas modernos de transmisión de la información.
Es evidente que cuanto más se resume la información, mayor es la cantidad que puede ser difundida. Ante tanta información, la selección depende entonces del interés del mensaje, cosa que se logra, por lo general, tras someterlo a un proceso de «simplificación» de naturaleza fundamentalmente ideológica. Hay que transmitir mensajes cortos, sacrificando la precisión y el rigor intelectual en beneficio de su rápida y fácil captación por la generalidad. El resultado final es que el mensaje condensado y simplificado, al ser más fácilmente transmisible, logra una mayor difusión. Pero aunque se alcanza una mayor extensión del conocimiento, no se mejora en la misma medida la calidad de la información.
En ocasiones, es tal la reducción que sufre el mensaje, que llega a convertirse en una especie de consigna: una «opinión condensada», que se debe acatar sin más. Con este modo de proceder, va desapareciendo paulatinamente la sana costumbre de reflexionar. El éxito es, entonces, de quien primero difunde la «consigna». Porque para contrarrestarla es necesario un mensaje explicativo, que por tal razón ha de ser más extenso. Lo cual dificulta que se logre dicho objetivo, debido al escaso interés que suscita en el hombre actual todo aquello que no se le dé muy resumido.