Archivo de la categoría ‘General’

Los mercachifles de la intimidad

domingo, 30 junio, 2013
La Voz de Galicia

Hasta no hace mucho tiempo, se comerciaba fundamentalmente con objetos: mercancías, valores mobiliarios y bienes inmuebles, haciendo de su compra y venta habitual una ocupación lucrativa. En nuestros días, se han ampliado los bienes vendibles a ciertos componentes de la personalidad, como la intimidad. Y para persuadirnos de que la consumamos, los que trafican con ella excitan nuestros sentimientos menos nobles, como el morbo y la envidia.

Existía hasta ahora la convicción moral generalizada de que la parte más secreta de nuestra vida interna no debía ser objeto de negocios mercantiles. En la sociedad de los valores, a nadie se le ocurría revelar a la generalidad algún acontecimiento celosamente reservado de su propia vida a cambio de un precio. Y tal vez por eso tampoco había sujetos interesados en dedicarse a ganarse el sustento intermediando entre el vendedor de su intimidad y los medios de comunicación que la difundían. Hasta tal punto se consideraba importante la intimidad que en nuestra Constitución se consagra el derecho a la intimidad personal y familiar entre los derechos fundamentales de la persona.

No puede decirse sin faltar a la verdad que en el pasado lejano no hubiera cotilleo. La murmuración es una característica de las sociedades de todos los tiempos y supone una mezcla de sentimientos tan deleznables como el interés malsano por la vida ajena y el resentimiento. Hay una parte de la población que está dominada por el deseo enfermizo de saber de otros lo que no le concierne y no tanto por curiosidad cuanto por si pudiera llegar a alegrarse del mal ajeno. Lo que sucedía hasta no hace mucho era que se consideraba de interés general evitar todo aquello que pudiera avivar las pasiones más bajas del ser humano. Si a alguien se le hubiera ocurrido comerciar con ello, se habría considerado como algo indigno.

El éxito del comercio de la intimidad no se debe a que la gente de hoy sea peor que la de antes, sino a que en la sociedad actual se dan las condiciones para la distribución comercial de ese nuevo producto. En la actualidad están fuertemente debilitadas virtudes tradicionales como la vergüenza y el pudor. Ha decaído la estimación de la propia honra y empieza a verse como un valor en alza el descaro. A todo ello hay que agregar la aparición de un nuevo rasgo de supuesta excelencia, que es la fama del personaje sin que importe la razón a la que se debe. Se produce de este modo una íntima vinculación entre la venta de la intimidad y la nombradía: cuanta más notoriedad tenga una persona mejor pagada estará su intimidad. Porque lo malo revelado de los famosos llega a convertirse en un consuelo para los que llevan una vida anodina y sin sobresaltos.

 

El insulto como crítica

domingo, 16 junio, 2013
La Voz de Galicia

En La Voz del 13 del presente mes, se publicó la noticia del voto discrepante de cuatro magistrados de la Audiencia Nacional que, al contrario que los catorce restantes, se opusieron a que se condenase a un coronel retirado por escribir que los Borbones eran «borrachos, puteros, idiotas y descerebrados» y que el rey actual era «el último representante» de esta «banda». El voto minoritario se apoya básicamente en dos argumentos. El primero es que cuanto más arriba se está en la pirámide del poder mayor debe ser el control y el sometimiento a la crítica pública. Y el segundo consiste en que la condena disuade de este tipo de críticas en detrimento de la libertad de expresión que persigue la formación de una «opinión plural, informada y formada».

Comparto totalmente la opinión de que quienes ocupan las más altas instituciones del Estado tienen el deber de comportarse con la más exquisita ejemplaridad, lo cual implica que están sometidos al nivel más alto de crítica. Y coincido también en la importancia fundamental que tiene la libertad de expresión en una sociedad democrática. Pero discrepo del sentir de los integrantes del voto minoritario: las expresiones proferidas por el condenado, lejos de suponer una crítica, son verdaderas ofensas que no contribuyen a la creación de una opinión pública libre, informada y formada.

Ha pasado tiempo suficiente para un balance más equilibrado y justo entre la libertad de expresión y sus límites, representados por los derechos al honor, a la intimidad, a la propia imagen. Con esto no se quiere decir que haya que restringir la libertad de expresión, sino que hay que precisar bien las fronteras que no puede rebasar. A cuyo efecto hay que valorar las opiniones difundidas, su contribución real a la formación de una opinión plural, informada e instruida, y la posible lesión que causa la difusión pública de las expresiones en los derechos fundamentales de la personalidad del sujeto aludido.

En cuanto a las opiniones del coronel, se referían a toda una dinastía, los Borbones, sin ningún tipo de precisión o de matización respecto de tal o cual soberano (tratando igual, por ejemplo, a Fernando VII y a Carlos III). Este grave defecto, unido a varios juicios de valor, como llamarlos «idiotas o descerebrados», impedían comprobar su grado de veracidad. Y se llegaba hasta el rey actual, del que se decía que es el último representante de la dinastía a la que calificaba como «banda». Mi raciocinio me impide calificar esas expresiones como críticas fundadas que suponen un control democrático de la Corona. Por el contrario, estamos ante verdaderos insultos que difícilmente pueden contribuir a modelar una opinión libre, formada e informada. Tales agravios, juicios de valor globalmente descalificadores, lesionan el derecho al honor de cualquiera, y por supuesto el del rey, que tiene que ser preservado al mismo nivel que el de los demás. No cabe confundir estar expuesto al más alto nivel de crítica con tener que soportar insultos.

 

Amar a Galicia

domingo, 9 junio, 2013
La Voz de Galicia

Pocos temas hay más comprometedores para un artículo periodístico que el de amar a Galicia. El título es lo único que suscita asentimiento: no creo que exista un gallego que no esté de acuerdo en que hay que amar a Galicia. A partir de ahí es cuando se abren las discrepancias. Y es que por muy bueno que fuese lo que escribiera, nunca sería del gusto de todos, por lo cual tras lo escrito la situación empeoraría indefectiblemente. ¿Por qué seguir entonces escribiendo? Porque el silencio puede ser interpretado en el sentido de que solo hay un modo de amar a Galicia y de que hemos encargado a otros que nos digan cuál es esa única manera de querer a nuestra tierra. Aun a riesgo de suscitar opiniones contrarias -pero en todo caso legítimas-, prefiero proclamar que hay tantas maneras de amar a Galicia como personas y que si opto por hablar de la mía es para que no sean otros quienes lo hagan por mí.

Amar es tener amor y amar a Galicia es sentir afecto, inclinación y entrega a la nacionalidad histórica que se ha constituido en la comunidad autónoma del mismo nombre. Dos son, por tanto, los puntos sobre los que ha de construirse esta reflexión: qué grado de entrega requiere ese sentimiento y qué hemos de entender por Galicia. Pero para expresar más claramente mi pensamiento voy a invertir el análisis de ambos extremos, porque la naturaleza del amado, Galicia, influye en el tipo de amor.

Galicia no es un ser humano, es mucho más: somos todos los que hemos nacido en esta maravillosa tierra desde que comenzó a ser hasta nuestros días. Se trata, por tanto, de una comunidad humana temporalmente proyectada en lo que fue, en lo que es y en lo que será. Amar a Galicia supone sentir afecto por nuestros antepasados y nuestros coetáneos (excluyo a los vendrán porque no es posible querer a quienes todavía no existen). Y hay que quererlos enteramente, tal como fueron y como son, porque todos los de hoy somos herederos de los que nos precedieron. Ser gallego es portar la orgullosa enseña de asumir lo que tenemos en nuestro ser proveniente del pasado, agregándole lo que hemos absorbido en el tiempo que nos ha tocado vivir en nuestra tierra. Y en todo está presente el espacio natural, la tierra, en que habitamos: el cosmos común que han ido poblando los que nos precedieron, que disfrutamos los que vivimos el presente y que tenemos que mantener para los que han de venir.

En cuanto al tipo de amor, siendo la capacidad de amar del ser humano infinita no caben las posturas excluyentes. Cuando se trata de amar a una realidad como Galicia, cada uno de sus amantes entiende el amor a su manera y no está escrito quién decide si el amor es suficiente o verdadero. Galicia puede ser amada además con una intensidad ilimitada, porque no es cierto que querer mucho a alguien implica indefectiblemente que quede poco amor para lo demás. El amor a Galicia del que hablo es generoso y sublime, y si sumamos el de todos es tan inmenso como se merece nuestra querida nacionalidad histórica.

 

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