Archivo de la categoría ‘Economía’

Despilfarro y recortes

domingo, 11 diciembre, 2011
La Voz de Galicia

Aveces asombra comprobar cómo la dialéctica política es capaz de oscurecer la realidad. En estos días, los medios de comunicación -sobre todo los menos afines al Partido Popular- nos están advirtiendo insistentemente de los recortes que va a hacer Mariano Rajoy cuando llegue al Gobierno. Y la gran mayoría de las veces presentan esa acción de gobierno como negativa y -lo que es ciertamente sorprendente- evitable.

Es indiscutible que existe libertad de información y que cada cual puede adoptar la postura que considere más acertada. Pero si se analizan las cosas sin demasiada pasión, lo primero que le viene a uno a la cabeza es que la política de recortes no suele obedecer al capricho, sino que es una de las consecuencias que se derivan de la insuficiencia de los ingresos. En una familia, si se está pagando todo a plazos y el padre se va al paro, no se puede censurar a la madre por recortar los gastos. La medida de la disminución de los gastos es, por tanto, posterior y consecuencia de la carencia de recursos bastantes para cubrirlos.

En una política previsora y equilibrada, lo lógico es planificar los gastos a la vista de los ingresos esperables. Lo acertado y prudente es no hacer previsiones de gastos a largo plazo aventurando que los ingresos van a mantenerse en el mismo nivel durante todo ese tiempo. Por eso, cuando se aumentan incontroladamente los gastos pensando que los ingresos van a seguir idéntico ciclo alcista, no solo se roza la imprevisión, sino que se bordea el abismo del despilfarro. Sobre todo, cuando los gastos que se comprometen duraderamente son los llamados «corrientes»: personal y bienes necesarios para el desarrollo de sus funciones administrativas.

De lo que antecede se desprende que una política puede ser inicialmente equilibrada y convertirse con posterioridad en despilfarradora cuando se comprometen prolongadamente gastos improductivos y los ingresos empiezan a mermar imparablemente. Es entonces cuando surge como una posible solución la política de recortes: si no es conveniente por razones macroeconómicas aumentar los ingresos por la vía de los impuestos, el equilibrio presupuestario solamente se logrará si se reducen los gastos.

Así planteadas las cosas, la cuestión no es mirar maliciosamente al que tiene inevitablemente que hacer recortes, sino volver la vista atrás y mirar con reproche a quienes llevaron a cabo una política de derroche. Es verdad que a estos últimos puede disculpárseles hasta cierto punto porque gobernaron algún tiempo en una situación de gran abundancia de recursos y en ese clima de opulencia recaudatoria no era fácil prever el futuro. Pero lo que es de todo punto injusto es que se exculpe benévolamente a los generadores del gasto insostenible y se censure despiadadamente, en cambio, al que se ve obligado a decirnos que la fiesta se ha acabado.

Como dice Antonio Machado en su Juan de Mairena, los que consideran la ocultación de vicios un deber patriótico podrán merecer el título de buenos patriotas, pero de ningún modo el de buenos españoles.

Hablar tiernamente a los mercados

domingo, 27 noviembre, 2011

La Voz de Galicia

En su novela Las ratas, escribe Miguel Delibes que el Rabino Chico «había demostrado ante los más escépticos lugareños que la vaca a la que se habla tiernamente mientras se le ordeña daba media herrada más de leche que la que era ordeñada en silencio». Hace unos días una voz autorizada de la Comisión Europea declaraba que lo más importante era que «España se ayudara a sí misma» para salir de la crisis. O sea, que tenemos que arreglárnoslas solos y hablarle tiernamente a nuestra vaca para que dé la mayor cantidad de leche posible.

En las recientes elecciones generales hemos cambiado de ordeñador, su voz es distinta y parece que, envuelta en la suave atmósfera de Galicia, suena más tierna, más convincente, más creíble. Gracias a ello es de esperar que la vaca España, es decir, todos nosotros, rindamos al máximo para poder salir del fango financiero en el que estamos braceando desde que ha naufragado nuestra desequilibrada economía. La inyección de confianza que va a suponer el cambio de Gobierno tendrá, sin duda, un efecto beneficioso a la hora de encarar los grandes problemas que tenemos desde hace tiempo y los que aún están por llegar.

Pero la solución no depende de lo que pueda dar de sí España. No se pueden cambiar de un día para otro las estructuras económicas, sociales y financieras que tenemos. El enfermo tiene que renovar su sangre, pero para sobrevivir es absolutamente necesario que le continúen haciendo transfusiones. Sin recibir nuevo plasma sobrevendría un envenenamiento masivo, y tras él llegaría el final. Hace falta, pues, seguir acudiendo al mercado del dinero.

Llegados a este punto, la duda que me surge es si no hay otros que nos están ordeñando «en silencio». Por mucha objetividad que ponga para contemplar la evolución de la famosa prima de riesgo, cada vez estoy más convencido de que los prestadores de dinero en los mercados internacionales están aprovechando todo tipo de disculpas, reales algunas y las más imaginarias, para poner sus manos en nuestras ubres y sacarnos hasta la última gota de leche.

En mis limitados conocimientos de economía, tenía asentada la idea de que no hay que desconfiar del que paga puntualmente hasta que empiece a dar señales de que no va a hacerlo. España hasta ahora ha sido una escrupulosa cumplidora de sus obligaciones financieras internacionales. Así que las supuestas dudas sobre su solvencia no parecen derivarse tanto de su situación financiera como de la de otros países de la Unión. ¿Es admisible que se dude de la solvencia de alguien por causa de la mermada capacidad de crédito de otros? Sinceramente, creo que no. Por eso, la constante elevación de nuestra prima de riego parece una maniobra especulativa de ciertos pícaros que se están forrando merced a unas supuestas «dudas» sobre la solvencia de deudores hasta ahora fiables. El nuevo Gobierno no va a tener más remedio que hablar tiernamente a los mercados para que nos sigan dando leche en lugar de ordeñarnos.

Vientos de prudencia

domingo, 13 noviembre, 2011
La Voz de Galicia

No hay que ser muy perspicaz para caer en la cuenta de que los actuales son tiempos difíciles. Lo son en general para todos, aunque es verdad que la crisis está golpeando más severamente a los que menos tienen. La pobreza lleva tiempo sobrevolando en círculo sobre un sector cada vez más amplio de ciudadanos españoles. Sobre muchos ya ha hecho caídas en picado, convirtiéndolos en presas desesperadas que no pueden soltarse de sus garras. Y si una parte de ellos todavía no se ha rendido no es por el socorro que perciben del pomposamente llamado Estado del bienestar, sino porque hay muchas almas caritativas que comparten lo que tienen con los necesitados: virtuosos, como dijo Quevedo, que «siembran en los pobres siguiendo la agricultura de la limosna».

Pero que en nuestros tiempos sea tan necesaria la caridad no deja de ser una anomalía. Es cierto que siempre habrá a quién socorrer, pero es un fracaso político inadmisible que una parte cada vez mayor de los ciudadanos tenga que satisfacer sus necesidades vitales recurriendo al subsidio de organizaciones y personas privadas dedicadas a ayudar a los más necesitados. Los pobres, por no tener, no tienen quien les escriba, salvo para decirles lindezas como «me hago pobre no porque no tengo mucho, sino porque no me contento con poco».

Tenemos que conseguir que el crecimiento económico y el consiguiente descenso del paro permitan que el Estado refuerce las políticas sociales hasta poder liberar parcial y progresivamente a esas instituciones benéficas de la enorme carga que soportan. Estoy seguro de que son tan conscientes de la importancia de su labor que ni siquiera se quejan. Pero hay que volver a la situación en la que la asistencia social que proporcionaban se limitaba a suplir a la del Estado en el territorio abandonado de los herederos de la nada.

Las necesidades son grandes y urgentes, pero las medidas a tomar tienen que ser meditadas y certeras. Como dijo Tucídides, «para el gobierno son mejores los ingenios tardos y moderados que los agudísimos y veloces». Es verdad que una buena parte de lo que tenemos que hacer ya nos ha sido indicado por la Unión Europea y los demás organismos internacionales, por lo que queda poco margen para la improvisación.

Pero como es tiempo de reformas que nos van a afectar a casi todos, no está de más reclamar que se desplieguen las velas del cambio hacia los vientos de la prudencia. Estamos en plena tempestad, pero no podemos dejar de cruzar el mar, porque de lo contrario naufragamos. No es momento de maniobras audaces, ni tiempos para la temeridad. Tenemos que capear la tormenta, ponernos al abrigo del viento huracanado de la crisis.

Y para todo ello hay que pertrecharse con el coraje de la prudencia. Porque como también escribió Quevedo, «el prudente sabe juntar muchas conjeturas de cosas para sacar un juicio cierto». El acierto del próximo Gobierno es el acierto de todos.

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