Banderas descoloridas
Escribe Antonio Machado en su “Juan de Mairena”: Se señala un hecho; después se le acepta como una fatalidad; al fin se convierte en bandera. Si un día se descubre que el hecho no era completamente cierto, o que era totalmente falso, la bandera, más o menos descolorida, no deja de ondear. Y es que desde siempre ha habido verdaderos profesionales en convertir hechos en banderas, sin haberse detenido suficientemente a comprobar si eran ciertos o falsos. Más aún: lo que menos les ha importado es la certeza o la falsedad del hecho, sino levantar banderas de enganche para movilizar a las personas que actúan movidas más por el sentimiento que por la razón.
Antes de la masiva e instantánea intercomunicación a la que tenemos acceso gracias a la revolución tecnológica característica del mundo globalizado en el que vivimos, no era fácil convertir hechos en banderas. De un lado, porque la lentitud con la que se difundían las noticias dificultaba el propio proceso de conversión de un suceso en una fatalidad de conocimiento general. Y de otro, porque los hechos que superaban esta dificultad tenían como destinatarios, no a la gran mayoría de los ciudadanos, sino solo a ciertas minorías que por su fuerte carga sentimental era especialmente aptas para engancharse en tales banderas. Por eso, había pocas banderas y todavía eran menos las que ondeaban descoloridas.
Hoy, en cambio, es fácil convertir hechos en banderas, y que las banderas lleguen a enganchar a una buena parte de la sociedad. Y como es tan vertiginoso el ritmo en el que se trasmite el acaecimiento de los hechos, y tan poca la atención que ponemos al dato de su falsedad, a poco que se mire con cierta atención se verá que siguen ondeando entre nosotros muchas banderas descoloridas. Serviría de poco que nos molestáramos en arriarlas por la incesante actividad de los sobreviven gracias a izar otras nuevas.